Por
Ing. Juvenal Brenes Bobea
Santo Domingo, Distrito Nacional
En una sociedad donde hombres y mujeres tienen acceso al trabajo y ganan lo mismo, es fácil asumir que existe una igualdad completa. Sin embargo, cuando las decisiones se toman dentro del contexto familiar, estas decisiones afectan la distribución del trabajo y los ingresos de manera que las estadísticas pueden dar una impresión de desigualdad que no refleja la realidad familiar.
Un ejemplo, en un grupo de 100 personas, con 50 hombres y 50 mujeres, que forman 25 parejas, si algunas deciden que la mujer se quede en casa para cuidar a los hijos, esta elección, aunque hecha por el bienestar de la familia, altera las estadísticas de ingresos y empleo. Aunque estas decisiones individuales benefician a la familia, el resultado ineludible es que las mujeres tienen menos ingresos ponderados, lo que crea una falsa percepción de desigualdad.
Comprender que la familia es el núcleo de la sociedad es esencial, y las decisiones deben centrarse en lo que realmente beneficia a todos sus miembros. Cuando las responsabilidades se reparten de manera justa, tanto en el hogar como en el trabajo, la unidad familiar se fortalece. Sin embargo, intentar igualar a hombres y mujeres en las políticas nacionales sin reconocer a la familia como una unidad laboral puede llevar a resultados que no reflejan el verdadero equilibrio entre aquellos que deciden formar una familia y aquellos que no.