Redescubriendo a Superman
Por: Juvenal Brenes
12-Julio-2025
Por: Juvenal Brenes
12-Julio-2025
Recuerdo como si fuera ayer mi primer encuentro con Superman. De niño, mi mayor entretenimiento era precisamente ir al cine: deslumbrarme con la creatividad de la pantalla grande, con historias imposibles que cobraban vida ante mis ojos. Aquel hombre volador no era solo espectáculo de efectos especiales, sino la encarnación de una fuerza gentil: un héroe capaz de levantar automóviles con una sola mano y, al mismo tiempo, sonreír con la humildad de quien sabe que su mayor desafío es… el amor: Por la Humanidad, por Lois, por su Familia. Fue en esas tardes de cine, maravillado por cada escena, cuando quise llevar un poco de ese héroe conmigo al hogar.
Así nació una costumbre de niño de dejar caer el flequillo sobre la frente en forma de “S”: quería sentirme fuerte, imparable, como Clark Kent al soltar sus gafas y emprender el vuelo. Pero pronto comprendí que ese poder físico no bastaba. La verdadera grandeza de Superman residía en su vulnerabilidad ante Lois Lane: un recordatorio de que cualquier fortaleza —por asombrosa que parezca— encuentra su límite en el corazón.
En aquella primera película, interpretada magistralmente por Christopher Reeve, la amenaza de Lex Luthor cobraba vida a través de un superordenador subterráneo capaz de convertir a ciudadanos inocentes en fríos autómatas sin voluntad. Esa batalla entre héroe y villano simbolizaba la eterna pugna del bien contra el mal, pero con los años comprendí que el enfrentamiento más feroz es el que libramos en nuestro interior: la indecisión, el miedo al rechazo y la tentación de rendirse cuando todo parece insuperable. Superman no destaca solo por su invulnerabilidad o su visión laser, sino por la determinación inquebrantable de no claudicar jamás.
Esta semana volví a la gran pantalla a la nueva entrega de Superman. Desde las primeras escenas, me invadió la nostalgia de mi niñez: los colores vibrantes, la banda sonora optimista y un humor espontáneo que arranca carcajadas cuando menos lo esperas. Cada broma sencilla me sacó una sonrisa y celebré los pequeños guiños cómicos que dan energía a la historia. Sobre todo, recuperé esa esperanza infantil: la convicción de que, aunque el mundo se cubra de sombras, siempre habrá alguien dispuesto a traer luz.
Sé que muchos de mi generación disfrutarán esta película más que la anterior iteración. Aquella era buena —muy buena en términos de producción—, pero le faltaba la calidez cromática y el optimismo infantil que hacen latir el corazón. Esta versión recupera esa chispa esperanzadora: los tonos vivos, las sonrisas sinceras, esa sensación de que todo es posible, incluso lo imposible.
Al salir del cine comprendí que el legado de Superman va más allá de sus hazañas: reside en su habilidad para devolvernos la fe en nosotros mismos. Salí con la mirada en alto, consciente de que la mayor proeza es mantener viva la inocencia y la esperanza, sin importar los años que pasen. Aunque la edad y la calvicie (LOL), me impidan lucir esa “S” en la frente, la llevo más fuerte que nunca en el corazón.